Yo era de las que se perdía horas leyendo en Menéame y en Microsiervos, saltando de enlace en enlace como quien abre puertas secretas. Buceaba entre mil blogs y siempre encontraba algo nuevo, un rincón inesperado, una voz auténtica. Había sorpresa, había descubrimiento. No había prisa. No había ruido. Y sobre todo, no había máquinas vomitando la información en primer lugar; podías navegar de verdad. Podías perderte y encontrarte.
Quiero aclarar que siempre he sido una gran lectora de ciencia ficción, y por eso he visto como los futuros del género ciberpunk se iban asentando en la sociedad, lo he visto con horror, pero sin tener de momento un chip insertado en el cerebro, pero si en nuestras manos en el móvil. No es interno pero casi..
Recuerdo cuando internet era un espacio salvaje, libre, lleno de descubrimientos. Yo abrí mi primera web hace más de 13 años y sentía que navegaba en un océano infinito donde cada isla tenía una voz propia. Había foros, blogs, páginas personales que parecían altares. Cada una compartía desde su autenticidad, y tú podías perderte horas leyendo, aprendiendo, encontrando afinidades.
Hoy, en cambio, ese internet ha desaparecido. Lo han convertido en un centro comercial interminable donde todo se mide en clics, en anuncios, en quién paga más. Antes el valor era el contenido; ahora el valor es cuánto tráfico puedes comprar. Es un internet plastificado, de escaparate, donde la palabra se repite como un eco vacío.
Y aquí no podemos ignorar al buscador más famoso del mundo, Google, que fue quien rompió todo. Lo que en un principio parecía una brújula neutral para encontrar información, se transformó en juez y verdugo de la visibilidad. Google decide qué existe y qué no, qué voces se escuchan y cuáles se entierran en la página 20, donde nadie llega. Si pagas, apareces; si no, te entierran. El buscador ya no sirve al navegante, sirve al mercado. Y con esa “neutralidad aparente” ha moldeado todo el internet a su imagen y semejanza: un espacio donde la información libre quedó reducida a polvo bajo el peso del algoritmo.
Lo peor es que las que llevamos años creando somos las que más sentimos esta muerte. Hemos visto cómo nuestros textos, nuestro esfuerzo y hasta nuestro lenguaje han sido absorbidos, triturados y devueltos en forma de masa uniforme, sin alma. Y lo llaman progreso; yo lo llamo expolio.
Como tarotista y numeróloga, no puedo evitar verlo con ojos simbólicos:
El Loco fue el inicio, la aventura de los primeros pasos en la red.
El Mago nos dio las herramientas: HTML, blogs, foros, las comunidades nacientes.
La Torre llegó disfrazada de modernidad: grandes plataformas, filtros y algoritmos que deciden por ti lo que debes ver.
Y ahora, el ciclo ha terminado en La Muerte: internet como lo conocimos ya no existe.
Si lo tuviera que hace en clave numerológica estos dos últimos años han sido desoladores:
Creció con fuerza en sus años 3 y 5, cuando la comunicación, la expansión y la libertad eran su motor. Fue un espacio de juego, de creatividad, de voces múltiples.
Sin embargo, como todo ciclo, también llegó a su año 8, el de la ambición, el del poder disfrazado de éxito. Y ahí empezaron los monopolios, las corporaciones que se apropiaron del terreno libre. El 8 mal vivido siempre muestra su cara de control y abuso.
Y ahora lo sentimos en clave de año 9: cierre, desgaste, muerte simbólica. Lo que empezó como un ideal se ha ido pudriendo hasta mostrar que ese ciclo ya no sostiene más. Como en la numerología de cualquier vida, el 9 no es el final definitivo, sino el paso obligado a una transformación.
Hoy buscas algo y no lo encuentras. En lugar de voces humanas, recibes repeticiones. En lugar de descubrimiento, recibes ruido. Nos venden la idea de que estamos más conectados que nunca, pero lo que yo veo es una soledad masiva disfrazada de interacción. Seguidores, “me gusta”, visualizaciones… pero ¿Dónde está la conversación real? ¿Dónde está la chispa que encendía las primeras comunidades?
Y aquí entra lo que nadie quiere decir muy alto: esto no es accidente. No es casualidad que se nos empuje hacia burbujas anestesiadas donde todo suena igual. Hay un diseño, unas manos invisibles que miden, etiquetan y monetizan cada segundo de atención. Nos han transformado en recursos: nuestro tiempo y nuestras emociones son la materia prima que alimenta grandes máquinas de consumo. Eso es control de la atención en estado puro.
No es solo que nos quiten espacio: nos observan, nos perfilan y nos fragmentan para vendernos de forma más precisa. La vigilancia ya no es una película de ciencia ficción; es la infraestructura de la atención. Y con esa vigilancia viene la manipulación: te enseñan lo que creen que te interesa, te empujan hacia contenidos que reproducen su propio ciclo, te convencen de que lo urgente es lo importante. Así se construyen masas dóciles que repiten sin cuestionar.
Desde mi trinchera, lo veo claro: cuando la información se convierte en mercancía peligrosa, la verdad se diluye. Los relatos auténticos se pierden en un gramado de copias bien pulidas. Las voces pequeñas, las que llevan años cuidando su jardín, se ahogan bajo la marea de lo que mejor se vende. Y mientras tanto, las plataformas deciden qué merece ser visto y qué no.
Pero no me resigno. Como numeróloga sé que los ciclos no son muerte eterna, son transformación. Hay un azar sagrado, una resistencia. Mientras ellos monetizan distracción, hay personas que siguen buscando sentido. Y ahí es donde entra lo nuestro: la escucha, el símbolo, la carta que abre un punto de luz en la oscuridad.
Si internet ha muerto en su forma de antes, entonces que muera de una vez y renazca en otro formato. Nosotros, las que trabajamos con símbolos, tenemos algo que no se compra: la experiencia encarnada, la palabra que contiene ritual y memoria. No podemos competir por tráfico, pero sí podemos sostener encuentros reales: consultas, cursos, talleres, mensajes directos, comunidades pequeñas donde se hable de verdad.
Internet ha muerto, sí. Pero la verdad, la magia y el contacto humano no la entierran. Resisten. Y cuando todo esto pase, esa resistencia será la semilla de algo nuevo.